Nunca olvidaré la noche cuando Marion J. Douglas era estudiante de una de mis clases. (No he empleado su verdadero nombre. Me pidió, por razones personales, que no revelara su identidad). Pero aquí está su verdadera historia tal como la contó ante una de nuestras clases de adultos. Nos dijo que la tragedia había llamado a su hogar, no una vez, sino dos. La primera vez había perdido a su hijita de cinco años, a la que adoraba.
El y su esposa creyeron que no podrían soportar esta pérdida, pero como manifestó, «diez meses después, Dios nos dio otra niñita… y la perdimos en cinco días».
Esta doble desgracia pareció imposible de soportar. Este padre nos dijo: «No podía aguantarlo. No comía, no dormía y no descansaba. Mis nervios estaban terriblemente sacudidos y mi confianza había desaparecido». Finalmente, acudió a los médicos. Uno le recomendó píldoras contra el insomnio y otro un viaje. Probó ambas cosas, pero ninguno de los remedios sirvió de nada. Y nos declaró:
«Parecía que mi cuerpo estaba en un tornillo de carpintero y que las quijadas del tornillo me apretaban más y más». Era la tensión del sufrimiento; si usted ha quedado alguna vez paralizado por la pena, sabe lo que esto significa.
«Pero, gracias a Dios, me quedaba un hijo, un niño de cuatro años. Es quien me dio la solución de mi problema.
Una tarde, mientras me compadecía sentado en una butaca, el niño me pidió: ‘Papá: ¿quieres construirme una barca?’ No tenía gana alguna de construir una barca; en realidad, no tenía ganas de nada. Pero mi hijo es muy tenaz… Y finalmente cedí. Construir aquel juguete me llevó tres horas. Pero cuando terminé el trabajo comprendí que aquellas tres horas empleadas en construir la barca habían sido las primeras de descanso y paz mentales que había tenido durante meses.
Este descubrimiento me sacó de mi letargo y me hizo pensar un poco; en realidad, era mi primera meditación seria desde hacía meses. Comprendí que es difícil preocuparse mientras se está haciendo algo que exige planes y meditación. En mi caso, construir la barca había eliminado la preocupación. Por eso decidí mantenerme ocupado.
A la noche siguiente fui de habitación en habitación por mi casa, formando una lista de cosas que había que hacer. Había infinidad de objetos que necesitaban reparación, estantes de libros, escalones, persianas, manijas, cerraduras, canillas. Aunque parezca asombroso, hice en dos semanas una lista de 242 objetos que necesitaban atención.
Durante los dos últimos años he realizado la mayoría de estas tareas. Además, he llenado mi vida de actividades estimulantes. Cada semana dedico dos noches a las clases de adultos en Nueva York. Me dedico a actividades cívicas en mi localidad y soy presidente de la junta escolar. Asisto a docenas de reuniones. Ayudo a recoger dinero para la Cruz Roja y otras actividades. Estoy ahora tan ocupado que no tengo tiempo de preocuparme».
¡Sin tiempo de preocuparse! Eso es exactamente lo que Winston Churchill dijo cuando trabajaba dieciocho horas al día en plena guerra. Cuando se le preguntó si no le preocupaban sus tremendas responsabilidades, dijo: «Estoy demasiado ocupado. No tengo tiempo para preocuparme».
¿Por qué una cosa tan sencilla como ocuparse elimina la ansiedad? A causa de una ley, de una de las leyes más fundamentales que ha revelado la psicología. Y esta ley dice que es completamente imposible para cualquier espíritu humano, por muy brillante que sea, pensar en más de una cosa al mismo tiempo. ¿Usted no lo cree?
Muy bien, entonces hagamos un experimento. Supongamos que usted se echa hacia atrás, cierra los ojos e intenta, en un mismo instante, pensar en la Estatua de la Libertad y en lo que ha de hacer mañana por la mañana. (Vamos, inténtelo.)
Habrá comprobado – ¿verdad?— que puede concentrar sus pensamientos sucesivamente, pero nunca simultáneamente.
Bien, lo mismo sucede en el campo de las emociones. No es posible que nos mostremos a la vez entusiasmados con algo interesante que estamos haciendo y abrumados por la preocupación. Una de las emociones expulsa a la otra.
La mayoría de nosotros nos «perdemos fácilmente en la acción» cuando estamos al pie del cañón y realizamos el trabajo cotidiano. Pero son las horas de descanso las verdaderamente peligrosas. Precisamente, cuando podemos disfrutar libremente de nuestros ocios y ser más felices, llega también el momento en que nos atacan los diablos de la preocupación. Es el momento en que nos preguntamos si estamos haciendo algo de fundamento en la vida, si no estamos dando vueltas a la noria, si el jefe «quiso decir algo» con la observación que nos hizo, si estamos perdiendo el atractivo sexual…
Cuando no estamos ocupados, nuestros espíritus tienden a convertirse en un vacío. Todo estudiante de física sabe que «la naturaleza aborrece el vacío».
La naturaleza también se apresura a llenar el vacío de espíritu. ¿Con qué? Por lo general, con emociones. ¿Por qué? Porque las emociones de la preocupación, el miedo, el odio y la envidia son traídos por el vigor primigenio y la energía dinámica de la selva. Estas emociones son tan violentas que tienden a expulsar de nuestros espíritus todas las emociones y pensamientos pacíficos y felices.
John Cowper Powys explica en The Art of Forgetting the Unpleasant (El arte de olvidar lo desagradable): «Cierta cómoda seguridad, cierta profunda paz interior y una especie de feliz aturdimiento calman los nervios del animal humano absorbido por la tarea que se le adjudica»
Si usted y yo no nos ocupamos —si nos limitamos a sentarnos y rumiar—, engendraremos una multitud de los que Charles Darwin denominaba los «diablillos». Y los «diablillos» no son más que la vieja polilla que nos dejará huecos y destruirá nuestro poder de acción y nuestra fuerza de voluntad.
George Bernard Shaw tenía razón. Lo resumió todo cuando dijo: «El secreto de ser desdichado estriba en tener ocios para pensar si se es feliz o no». ¡No pensemos, pues, en ello! Escupa en sus manos y póngase a la obra.
Su sangre comenzará a circular y su mente a batir; muy pronto, este positivo levantamiento general de la vida de su organismo expulsará la preocupación de su espíritu.
Ocúpese. Manténgase ocupado. Es el medicamento más barato que existe en la tierra y también uno de los mejores.