desafioCharles Schwab tenía un capataz de altos hornos cuyo personal no producía su cuota de trabajo.
-¿Cómo es –preguntó Schwab- que un hombre de su capacidad no consigue que esta planta rinda lo que debe?
-No sé -respondió el hombre-. He pedido a los obreros que trabajen más; les he dado el ejemplo; los he regañado; los he amenazado con el despido. Pero nada se consigue. No producen, y nada más.

Estaba cayendo el día, poco antes de que entrara a trabajar el turno de la noche.
Deme un trozo de tiza –dijo Schwab. Y luego, volviéndose a un obrero cercano-: ¿Cuántas veces descargó el horno el turno de hoy?
Sin decir palabra, Schwab trazó un gran número seis en el piso y se alejó.
Cuando entró el turno de la noche, los obreros vieron el seis y preguntaron qué significaba aquello.
-Hoy estuvo el jefe -fue la respuesta- y después de preguntarnos cuántas veces descargamos el horno, escribió en el piso ese seis, el número que le dijimos.
A la mañana siguiente volvió Schwab al taller. El turno de la noche había borrado el seis y escrito un siete.
Cuando los obreros diurnos fueron a trabajar, vieron esa cifra. ¿De modo que los de la noche creían ser mejores, eh? Bien: ya les iban a enseñar a trabajar. Se pusieron a la tarea con entusiasmo y cuando se marcharon aquella noche dejaron en el piso un enorme número diez.
A poco, este taller, que se había quedado atrás en producción, rendía más que cualquier otro de la fábrica. ¿Cuál es el principio?
Dejemos que Charles Schwab nos lo diga. «La forma de conseguir que se hagan las cosas -dice
Schwab- es estimular la competencia. No hablo del estímulo sórdido, monetario, sino del deseo de superarse.»

¡El deseo de superarse! ¡El desafío! ¡Arrojar el guante! Un medio infalible de apelar a los hombres de carácter.

«Todos los hombres tienen temores, pero los valientes los olvidan y van adelante, a veces hasta la muerte, pero siempre hasta la victoria.» Ese era el lema de la Guardia Real en la antigua Grecia. Qué mayor desafío puede ofrecerse que la oportunidad de superar estos temores.

Cuando Al Smith era gobernador de Nueva York, se vio en un grave aprieto. Sing Sing, la más famosa penitenciaría después de la Isla del Diablo, no tenía custodio.
A través de sus murallas corrían rumores muy feos, escándalos y otras cosas. Smith necesitaba un hombre fuerte para que dirigiera la prisión, un hombre de hierro. Pero, ¿quién? Llamó a Lewis E. Lawes, de New Hampton.
-¿Qué le parecería ir a hacerse cargo de Sing Sing? -dijo jovialmente cuando Lawes estuvo ante él-. Allí necesitaban a un hombre de experiencia.
Lawes quedó alelado. Conocía los peligros de Sing Sing. Era un cargo político, sujeto a las variaciones de los caprichos políticos. Los carceleros entraban y salían de allí rápidamente; uno había durado apenas tres semanas. Y él debía tener en cuenta su carrera. ¿Valía la pena correr ese riesgo?
Y entonces Smith, que advirtió su vacilación, se echó hacia atrás y sonrió:
Joven, no lo puedo censurar por tener miedo. Es un lugar muy bravo. Necesita mucha valentía un hombre, para ir allí y quedarse.
¿Un desafío, eh? Lawes aceptó entonces la idea de intentar una labor que requería un hombre de hierro.
Fue a Sing Sing. Y se quedó allí, hasta ser el más famoso de los custodios habidos en la penitenciaría.
Su libro “Veinte mil años en Sing Sing” se vendió a centenares de miles de lectores. Lawes ha hablado por radio; sus relatos de la vida en una prisión han inspirado muchas películas. Y su «humanización» de los criminales ha producido milagros en cuanto a las reformas carcelarias.

«Según mi experiencia -ha dicho Harvey S. Firestone, fundador de la gran empresa Firestone Tire & Rubber Company – con la paga por sí sola no se atrae ni se retiene a la gente de algún valor. Creo que es más bien el juego mismo…»

Frederic Herzberg, uno de los grandes tratadistas del comportamiento humano, estuvo de acuerdo en este punto. Estudió en profundidad la actitud ante el trabajo de miles de personas, desde obreros de fábricas hasta importantes ejecutivos. Y descubrió que el factor más motivador, la faceta del trabajo que resultaba más estimulante, era… ¿Cuál creen ustedes? ¿El dinero? ¿Las buenas condiciones de trabajo? ¿Los beneficios adicionales? No, nada de eso. El principal factor motivador de la gente era el trabajo mismo. Si el trabajo era excitante e interesante, el obrero lo enfrentaba con gusto, y ésa era toda la motivación que necesitaba para hacerlo bien.

Eso es lo que encanta a toda persona que triunfa: el juego. La oportunidad de expresarse. La oportunidad de demostrar lo que vale, de destacarse, de ganar. Esto es lo que da atracción a las carreras pedestres. El deseo de sobresalir. El deseo de sentirse importante.

Lance, con tacto, un reto amable.

Fuente: Dale Carnegie. “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”. Edit. Suramericana